Esta lectura me conmovió, pues yo como mujer y laica he vivido sentimientos que ella muy bien describe, como la incómoda sensación de invisivilidad que en diversas ocasiones experimentamos al interior de nuestra Iglesia y que, personalmente, fue tema que siempre lo traté al interior de la institución. Ella expresa que, es un tema que ya debe ser públicamente abordado y esto por el bien de la Iglesia.
Más adelante, ella propone una particular espiritualidad para un tiempo de tensión, mientras trabajamos por el cambio. "Necesitamos una espiritualidad de CONVICCIÓN, HONRADEZ, CONSCIENCIA, RESISTENCIA y FE en un Dios cuyo tiempo no es el nuestro".
Nos urge la CONVICCIÓN de reclamar una espiritualidad plena tanto para varones como para mujeres. Necesitamos la imagen de Dios Padre y también Madre.
Joan Chittister expresa:
"Quiero un Dios que sea "Madre". Estoy cansada del Dios Padre legislador, con tiara y anillo. Quiero un Dios que sea energía profunda portadora de vida. Mi vida. Directamente. No mi vida mediada únicamente por hombres que excluyen a las mujeres porque "Dios" les dice que lo hagan, por lo que "no tienen autoridad para cambiarlo".
Esta HONRADEZ es peligrosa, pero necesaria para que el Espíritu Santo pueda actuar en nosotras y podamos entrar en contacto con la verdad a fin de no sufrir el dolor que da el conocimiento.
Tomar CONSCIENCIA de la verdad se convierte en nuestra cruz, pues una vez que comenzamos a ver, a conocer la verdad, ya no podemos ir hacia atrás, no podemos dejar de ver. La concienciación nos compromete. Y agrega la autora: "La concienciación es una bendita maldición: a veces es mejor estar ciego que ver". y es preciso tener fortaleza y RESISTENCIA para soportar la dolorosa carga que nos causa este conocimiento.
Si miramos a Jesús del Evangelio nos damos cuenta que él vivió y abordó las mismas situaciones que siguen presentes, pero esta vez esperando que las abordemos las mujeres. La Iglesia necesita de nuestros criterios y de nuestra particular forma y necesidad de contribuir a buscar soluciones.
Finalmente, necesitamos vivir una espiritualidad de la FE en un Dios vivo que nos ilumina y ayuda a caminar en medio de la oscuridad, pues el camino recién se está iniciando.
Concluye este capítulo la autora, con la siguiente reflexión:
"La lucha de la mujer acaba de empezar. Pero he llegado a la conclusión de que el cambio social no se produce en línea recta, sino con contínuos zigzags. Quizá sea éste otro período de deceleración. Todo se ha aquietado y ralentizado por el momento; no hay grandes manifestaciones ni una gran organización. Pero es precisamente ahora que no debemos parar, o correremos el riesgo de descorazonarnos en el camino".
Y yo agrego una invitación a las mujeres: Invitamos a reconocer, valorar, compartir y celebrar las pequeñas metas que están en este complicado camino de zigzags. Estas metas podrán iluminar a todas aquellas mujeres que inician este oscuro y difícil camino. Compartir nuestras experiencias de alegrías y dificultades fortalece nuestra fe y nuestra esperanza de una Iglesia en que varones y mujeres seamos personas adultas y espiritualmente plenas.
Adriana
Santiago, 31 de enero de 2011