(un mundo que no existe)
en el que todo fuera igual que el primer día,
cuando todo era un sueño,
en el que todo fuera igual que el primer día,
cuando todo era un sueño,
cuando nada era triste,
y en las almas reinaba la más bella armonía.
La tierra sería entonces un nuevo paraíso
donde nunca se oiría la voz de la serpiente.
Todo aparecería tal como Dios lo quiso:
puro como el recuerdo de un amor inocente.
A la hora del alba abriríamos los ojos
para ver cómo nace lo igual y lo diverso,
ante el Dios de la vida nos pondríamos de hinojos
dándole las gracias por crear el universo.
Allí estaríamos todos unidos por el lazo
invisible y profundo de la eterna belleza,
y podríamos sentir el luminoso abrazo
-maternal y divino- de la Naturaleza.
Abriríamos las puertas de lo desconocido
para ver el paisaje que sueña a nuestro lado,
el sol como una rosa del jardín del olvido,
el mar como un jardín que no hemos olvidado.
Pasaríamos los días olvidando el fracaso
de vivir en un mundo que no tiene ideales,
mirando con nostalgia la rosa del ocaso
o la que brota pura junto a los manantiales.
Seríamos iguales: jóvenes, niños, viejos,
hermanos inmortales como siempre lo fuimos,
podríamos mirarnos en todos los espejos
y vernos como somos, como siempre nos vimos.
Seríamos como dioses
y en las almas reinaba la más bella armonía.
La tierra sería entonces un nuevo paraíso
donde nunca se oiría la voz de la serpiente.
Todo aparecería tal como Dios lo quiso:
puro como el recuerdo de un amor inocente.
A la hora del alba abriríamos los ojos
para ver cómo nace lo igual y lo diverso,
ante el Dios de la vida nos pondríamos de hinojos
dándole las gracias por crear el universo.
Allí estaríamos todos unidos por el lazo
invisible y profundo de la eterna belleza,
y podríamos sentir el luminoso abrazo
-maternal y divino- de la Naturaleza.
Abriríamos las puertas de lo desconocido
para ver el paisaje que sueña a nuestro lado,
el sol como una rosa del jardín del olvido,
el mar como un jardín que no hemos olvidado.
Pasaríamos los días olvidando el fracaso
de vivir en un mundo que no tiene ideales,
mirando con nostalgia la rosa del ocaso
o la que brota pura junto a los manantiales.
Seríamos iguales: jóvenes, niños, viejos,
hermanos inmortales como siempre lo fuimos,
podríamos mirarnos en todos los espejos
y vernos como somos, como siempre nos vimos.
Seríamos como dioses
y al mismo tiempo humanos,
no habría para nosotros ni muros ni secretos,
no existirían esclavos, ni pérfidos tiranos
que traten a los seres humanos como objetos.
¡Ah, qué sueño más dulce el ver sobre la tierra
a nuestros semejantes sin muro ni distancia,
alejados del odio, del mal y de la guerra,
y de la intransigencia, y de la intolerancia!
¿Por qué levantan muros visibles o invisibles,
por qué cierran las puertas
no habría para nosotros ni muros ni secretos,
no existirían esclavos, ni pérfidos tiranos
que traten a los seres humanos como objetos.
¡Ah, qué sueño más dulce el ver sobre la tierra
a nuestros semejantes sin muro ni distancia,
alejados del odio, del mal y de la guerra,
y de la intransigencia, y de la intolerancia!
¿Por qué levantan muros visibles o invisibles,
por qué cierran las puertas
del mundo y de la vida?
¿Es que no tienen alma, es que no son sensibles
a la eterna belleza que a gozar nos convida?
Si negras son las noches, nadie abomina de ellas,
libre es el mar y nadie lo quiere encadenado.
¿Por qué el hombre no puede mirarse
¿Es que no tienen alma, es que no son sensibles
a la eterna belleza que a gozar nos convida?
Si negras son las noches, nadie abomina de ellas,
libre es el mar y nadie lo quiere encadenado.
¿Por qué el hombre no puede mirarse
en las estrellas
y amar la libertad como nadie la ha amado?
Yo amo la libertad sobre todas las cosas,
porque ella me da alas para seguir volando
sobre un mundo mezquino, para mirar las rosas
del jardín de los sueños, para seguir soñando
con un mundo que sea tal como se desea,
libre como las alas del pájaro que pasa
sobre las altas cumbres, con un mundo que sea
nuestro edén, nuestro hogar, nuestro dios, nuestra casa.
Amo la libertad y la canto y la sueño
porque quiero que todos la compartan conmigo.
Es el pan para el alma en la mesa sin dueño,
es la luz que nos guía en un mundo enemigo.
Deja la flor que juegue el viento en su corola,
el bosque que la brisa peine su cabellera,
el hosco mar que el niño se acune con su ola,
la nieve se deshace por ver la primavera.
Pero el hombre no quiere, el hombre se resiste
a dejar que los otros gocen de su albedrío,
y quiere ser el dueño de todo lo que existe
y mostrar orgulloso todo su poderío.
Presume de ser dueño de todo lo que vive
y quiere poner yugos en los cuellos ajenos,
hace leyes injustas, pontifica, prohibe,
se cree más que los otros y no puede ser menos.
Y yo sufro mirando lo que ocurre, y me pesa
la vida como piedra que subo a la montaña.
Me siento como Sísifo a la trágica mesa
de la muerte insensible que afila su guadaña.
¡Ojalá que esto hubiese sido una pesadilla,
una visión absurda, un terrible espejismo!
Pero veo, sin embargo, con horror, cómo brilla
la guadaña del odio sobre el último abismo.
Hay que mirar el mundo como una despedida,
porque nada es eterno. Pronto vendrá la muerte
a segar nuestros sueños, a romper nuestra vida.
Alea iacta est, echada está la suerte.
Pienso en Voltaire, en Locke,
y amar la libertad como nadie la ha amado?
Yo amo la libertad sobre todas las cosas,
porque ella me da alas para seguir volando
sobre un mundo mezquino, para mirar las rosas
del jardín de los sueños, para seguir soñando
con un mundo que sea tal como se desea,
libre como las alas del pájaro que pasa
sobre las altas cumbres, con un mundo que sea
nuestro edén, nuestro hogar, nuestro dios, nuestra casa.
Amo la libertad y la canto y la sueño
porque quiero que todos la compartan conmigo.
Es el pan para el alma en la mesa sin dueño,
es la luz que nos guía en un mundo enemigo.
Deja la flor que juegue el viento en su corola,
el bosque que la brisa peine su cabellera,
el hosco mar que el niño se acune con su ola,
la nieve se deshace por ver la primavera.
Pero el hombre no quiere, el hombre se resiste
a dejar que los otros gocen de su albedrío,
y quiere ser el dueño de todo lo que existe
y mostrar orgulloso todo su poderío.
Presume de ser dueño de todo lo que vive
y quiere poner yugos en los cuellos ajenos,
hace leyes injustas, pontifica, prohibe,
se cree más que los otros y no puede ser menos.
Y yo sufro mirando lo que ocurre, y me pesa
la vida como piedra que subo a la montaña.
Me siento como Sísifo a la trágica mesa
de la muerte insensible que afila su guadaña.
¡Ojalá que esto hubiese sido una pesadilla,
una visión absurda, un terrible espejismo!
Pero veo, sin embargo, con horror, cómo brilla
la guadaña del odio sobre el último abismo.
Hay que mirar el mundo como una despedida,
porque nada es eterno. Pronto vendrá la muerte
a segar nuestros sueños, a romper nuestra vida.
Alea iacta est, echada está la suerte.
Pienso en Voltaire, en Locke,
en Antonio Machado,
en los que dieron luz a nuestro mundo oscuro.
¿Por qué, ciegos del alma, los hemos olvidado?
¿Construiremos sin ellos el sueño del futuro?
Con un pie en el estribo del siglo XXI,
conciente de que nadie quiere oír al poeta,
yo pido tolerancia y libertad, que ninguno
se vuelva a sentir solo sobre nuestro planeta.
Sobre nuestro planeta, el planeta del hombre,
un mundo que es de todos,
en los que dieron luz a nuestro mundo oscuro.
¿Por qué, ciegos del alma, los hemos olvidado?
¿Construiremos sin ellos el sueño del futuro?
Con un pie en el estribo del siglo XXI,
conciente de que nadie quiere oír al poeta,
yo pido tolerancia y libertad, que ninguno
se vuelva a sentir solo sobre nuestro planeta.
Sobre nuestro planeta, el planeta del hombre,
un mundo que es de todos,
aunque no quiere dueño.
Os hablo con el alma, y os lo pido en nombre
de un mundo que no existe,
Os hablo con el alma, y os lo pido en nombre
de un mundo que no existe,
pero con el que sueño...
Antonio Casares
Antonio Casares
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