7 de enero de 2008






































Aporía y futuro de la iglesia, la fe y la teología en el marco de un mundo postmoderno
Dora Canales


La situación de la iglesia, la teología y los asuntos de fe en los tiempos que nos toca vivir, a mi juicio pueden ser considerados como en tiempos de verdadera incertidumbre y tribulación. Y esto, en realidad, no tiene que ver con una cuestión de inseguridad, poca claridad o indefinición por parte muchos de nosotros/as que intentamos vivir consecuentemente la fe cristiana.

Vivimos o asistimos a una época caracterizada por una de las más profunda crisis que la fe cristiana haya podido atravesar en los últimos 20 siglos. Se trata de una experiencia de una constante lucha cotidiana por tratar de sobrevivir en un mundo no hecho a la medida que desearíamos como lugar para actuar en nombre del evangelio. Con horror, muchos/as creyentes miran cómo la secularización gana cada vez más terreno en nuestra sociedad. Los firmes marcos del cristianismo convencional ya parece que no pueden sostenerse por mucho tiempo en pie. De allí que los asuntos de fe, la pregunta por Dios, se sitúan hoy en un escenario poco privilegiado. Las certezas y las verdades sempiternas de antaño acerca de Dios son algo en extinción. No hay nada más paralizante y desgastador en los últimos tiempos que esta lucha constante por dar respuestas u ofrecer algo frente a algo que desde hace ya un tiempo ni siquiera constituye para muchos una pregunta o asunto de interés. A nadie le sorprendería constatar que la teología como ciencia, los asuntos de fe o la iglesia, están cada vez más en cuestionamiento frente a las respuestas que el mundo moderno ofrece hoy como alternativas para una mentalidad racionalista y post-moderna.


Es precisamente dentro de este contexto que la pregunta por las posibilidades de un hablar de Dios, el cómo construir juntos una teología contextual que ofrezca nuevas respuestas frente a las problemáticas del mundo moderno, el cómo ser iglesia y creyente en un mundo tan adverso, adquieren mayor relevancia y más urgencia que nunca. Un actuar en el marco del evangelio se juega, a mi juicio, en gran medida dentro de los limites de las fronteras de los desafíos de este segundo milenio; un mundo oscuro, desconocido y en donde hay mucho por decir y descubrir. ¿Tienen algún futuro la iglesia y los asuntos de fe en este mundo complejo e impredecible que se nos avecina? La respuesta a éstas y otras preguntas nos coloca en lo que podríamos llamar una experiencia de Aporía. He aqui dos alcances al respecto que pueden ayudar a un posterior diálogo


1. Aporía nos viene el griego “a poros”, que literalmente significa “sin salida”, estar frente a un límite tal que ya nada es posible como delante. Trae consigo la experiencia, tanto en el sentido emocional como existencial, que atraviesa todo el ser de alguien. Puede ser comprendida como un estado difícil en un sentido amplio: tribulación, angustia, preocupación, duda, cuestionamiento, desesperanza, abatimiento profundo. Se trata, entonces, de experiencias humanas que surgen allí en el limite de la esperanza y que son el paso obligado a transitar dentro de una realidad desconocida. En el pasado, quizás tenia mayor referencia con una experiencia individual, conectada estrechamente con la vivencia personal en situación de sufrimiento y dolor. Hoy, sin embargo, podriamos decir que se trata de una cuestión preponderantemente de vivencia colectiva frente a un mundo que parece que va sin dirección, hacia una nada aterradora, dentro de un marco vivencial en donde la esperanza en un mañana, en un futuro y cambio del estado de cosas parece haberse esfumado y en donde la relatividad e incertidumbre dominan por doquier. Estas experiencias en particular, adquieren especial dramatismo en materia de asuntos de fe, iglesia y teología, pues el consuelo y la esperanza parecen también haber decaído frente al dominio de un mundo incierto, la imposibilidad de soñar o contar con un futuro mínimamente asegurado. Son experiencias que contrastan radicalmente con aquello que el Apóstol Pablo nos expresa en su segunda carta a los Corintios (4:8) y en la que nos manifiesta: “atribulados en todo mas no abatidos". Para luego agregar: “perplejos, pero no desesperados, perseguidos, pero no abandonados, derribados pero no destruidos” Estas palabras del apóstol nos recuerdan precisamente el limite y el asunto a partir del cual entra en juego el evangelio de Jesucristo; nos muestran ese fino hilo en donde la teología, los asuntos de fe y la iglesia penden constantemente y, a partir del cual, nosotros podemos encontrar una resignificación del camino y la vocación cristiana hoy.


2. El apóstol Pablo comparte, quizás, algo similar a nosotros como cristianos hoy. Él se encuentra en un callejón sin salida, en una situación en la que no sabe ya más qué hacer, qué pensar o decir o cómo actuar. Talvez en una situación como la de Israel a su salida de Egipto: con el faraón a las espaldas y el mar por delante. Importante, pues, resulta ocuparnos con una pregunta de orden hermenéutico: ¿Se podría hablar aquí de la posibilidad de un horizonte de comprensión del texto en el cual el hablar de Pablo y su experiencia ofrezca un verdadero paralelo con nuestra actual situación y que podría ser calificada como una situación de aporía del cristianismo frente al mundo moderno?

Quizás, a modo de una respuesta sencilla, uno podría sostener que, si hay algo de paralelo que uno podría descubrir, hermenéuticamente hablando, entre la situación de Pablo y nosotros, es esto de la DESAPARICION DE LA OBVIEDAD DE LA FE CRISTIANA. La autoridad y legitimidad de ciertas verdades o afirmaciones de fe hace tiempo que ya no gozan de igual privilegio como en el pasado. Esto nos coloca entonces frente a un a priori importante a la hora de teologizar y, con ello, la consideración de un momento constitutivo vital para un actuar comunicativo al servicio del anuncio y proclamación del evangelio hoy. Resulta interesante el dato de que la aporía no es precisamente algo que lleva a la paralización de Pablo. Por el contrario, él la toma como posibilidad de crecimiento y de búsqueda de nuevos caminos. A partir de su experiencia, uno puede comprender de modo más profundo la fragilidad de la tarea de anuncio y testimonio, esto que él describe como “ser portadores de un tesoro en vasijas de barro”. En esta situación de aporía en la que Pablo se encuentra, son él mismo y su actuar quienes entran en la encrucijada. Su propia vida, existencia, fe y esperanza han sido colocadas en una vulnerabilidad tal que hace que el mismo evangelio se ponga en juego. De su hacer o dejar de hacer depende un futuro, tanto para él como para otros/otras que están en la mira de Dios y su plan de salvación. Es precisamente este elemento de fragilidad y vulnerabilidad lo que caracteriza la manifestación de Dios en medio de la humanidad. Es a través de un pesebre, de un soplo de viento suave, por la boca de los sencillos, los débiles, de una cruz, que Dios hace visible las señales de su manifestación de amor y misericordia en medio del mundo. Es éste el signo que nos reafirma que cada pensamiento o actuar humano al servicio y anuncio del evangelio pasa precisamente por aquello que no se había pensado ni considerado. En ese sentido, la aporía, ese estado de cosas que, al igual que la experiencia de Israel, nos coloca hoy entre el faraón y el mar, constituye al mismo tiempo que una limitante, la posibilidad de lo nuevo, la esperanza de pasar de la paralización y el miedo, a un actuar resignificado para nosotros mismos como creyentes, pero también para otros y otras.-

(Extracto Ponencia Encuentro de Estudiantes Cristianos "Si Cristo es la Respuesta, ¿Cuál es tu pregunta?", organizado por GBU, CREE, World Vision y REDES, Santiago de Chile 2003)