6 de septiembre de 2008

ACTITUDES DE JESÚS ANTE LA MUJER Y EL VARÓN

I
Nos sorprende como Jesús interactúa y convoca a la misión a la mujer y a los últimos. En eso, como en otros asuntos, fue un Maestro controvertido, profético, sorprendente. Es algo maravilloso su contacto con su madre, María de Nazaret, con la viuda, la samaritana, la prostituta, la adúltera, con Marta y María, con María Magdalena y otras personas.
También es sorprendente como el Maestro de Galilea trató a los varones. A sus discípulos (varones y mujeres) les define como serviciales; tienen que dar todo y no ser propietarios; son invitados al discipulado radical y a ser misericordiosos como el Padre. A fin de cuentas, el pequeño es el mayor, el último es el primero. Esta inversión del orden establecido muestra el amor preferencial de Dios por los últimos. Así, al estar no entre los primeros sino entre los últimos es posible sentir el cariño divino.

1) Interacción con la mujer

+ Mujer del perfume

En el orden androcéntrico, un pilar es la alianza y complicidad entre varones, y así ejercemos dominio y control sobre la mujer. Esto es hecho de forma sutil, o de manera violenta, según sea la conveniencia del hombre; pero el resultado es siempre la dignidad herida y deshumanización de la mujer (y por supuesto también del varón, que al agredir niega su propia dignidad).
Veamos el caso de la unción en la casa de Simón (Mc 14:3-9). Se trata de una costumbre judía, de ungir con aceite perfumado a la persona que muere. La mujer es censurada y agredida por las personas presentes; usan el mal argumento de dar ese dinero a los pobres. Jesús parece que esta incomodo, y actúa en solidaridad con la mujer amable. Dice de modo tajante: ¿por qué molestan a esta mujer? La alaba por cuidar su cuerpo y prepararlo para el entierro. Jesús además asegura que en el anuncio del evangelio en todo el mundo se hablará de ella. El Señor goza el perfume, y la amistad de dicha mujer.
También Jesús confronta la intransigencia e insensibilidad de los varones (y mujeres) presentes, que censuran a quien hecha perfume sobre la cabeza de Jesús. Como en otras ocasiones, el Maestro se ubica al lado de la mujer y es solidaria con su iniciativa y espiritualidad.
La protagonista puede ser María, hermana de Lázaro (como lo anota Jn l2:3). Las versiones de Mc y Mt sólo consignan el nombre del dueño de casa, Simón el leproso. En Lc se trata de una pecadora pública a quien el Maestro le asegura “tu fe te ha salvado”.
En este como en otros casos la mujer es invisibilizada, no tiene nombre propio. El tipo de comunicación, al interior de esta escena, es androcéntrica. Nadie habla con la mujer. Sí hablan sobre ella. Sin embargo, Jesús con su comportamiento sí le da reconocimiento. No sólo consigna su presencia y buena obra. También anuncia que ella será parte del anuncio de la Buena Nueva en todo el mundo. Así, es trastocado el orden discriminatorio.

+ Jesús no condena a la adultera.

Un hecho constante en la historia humana es catalogar a la mujer como pecadora, transgresora, peligrosa. Esto suele referirse a asuntos sexuales.
Así como en el caso anterior, en cuestiones de adulterio solían echar la culpa sobre la mujer, y los varones no tenían responsabilidad alguna. La escena es desgarradora (Jn 8:1-11). Varones (maestros de la ley y fariseos) arrastran a alguien cogida en adulterio (y dejan al varón tranquilo!). La ley judía era cruel: pena de apedreamiento. Ponen a prueba a Jesús: si acepta tal ley, o si defiende a la mujer y así viola la sagrada ley. El ingenioso Maestro sorprende a todos y todas: quien no tiene pecado, que arroje la primera piedra. Todos se van! El comportamiento de Jesús es bondadoso. Mientras tanto Jesús escribe (no se sabe qué escribe) con su dedo en la tierra. Luego le pregunta a la adúltera: ¿dónde están? Muy bien él sabía que los acusadores se habían retirado llenos de vergüenza. El buen Maestro le dice: no te condeno. La actitud de Jesús hacia personas pecadoras fue siempre compasiva y salvífica. No la de un juez, ni tampoco la de alguien con los prejuicios de su sociedad. Más bien apreciaba la fe de quien se arrepentía, y le anunciaba el perdón de sus pecados y emancipación de sus enfermedades. Él sabe defenderse, como otras veces, con hábiles preguntas, y cambiando el terreno de la conversación. En lugar de discutir la Torah y las costumbres judías, cambia el acento hacia quienes acusan a la mujer. Es un cambio genial; además, la pregunta desenmascara la hipocresía y culpabilidad de quienes desean matar a la mujer.
La misericordia de Jesús, que le dice a la adúltera que no la condena, incluye la admonición de no pecar más. Así no pasa por alto el problema del pecado de adulterio. Pero lo importante es que no vuelva a pecar; es decir, que viva bien a los ojos de Dios y de las otras personas.

+ Marta y Maria

Había un pleito entre dos hermanas; Marta se ocupó de atender el hogar, y su hermana se dedicó a escuchar al Maestro (Lc 10:38-42). La primera se enoja contra su hermana porque no le ayuda en los quehaceres, y confiadamente presiona a su amigo Jesús: dile a María que me ayude! La reacción del Maestro es extraña. Descarta el pedido de quién amablemente le atiende (parece pues un huésped mal educado!); y Jesús apoya a la “floja” María que está con las manos cruzadas. En el fondo la apoya en su actitud de ser discípula, que sentada a sus pies, escucha su Palabra, lo único importante.
Es un hecho contracultural. En aquel contexto androcéntrico, la postergada mujer no podía ser discípula de un Rabbi como Jesús. A contracorriente con los prejuicios e injusticias de la época, María ejerce el derecho a escuchar, aprender y tener igual dignidad que el discípulo varón.
Un comportamiento inexplicable, a los ojos de Marta (y de oyentes machistas que probablemente le atribuyen a la mujer el rol de sirviente, y no aceptan su dignidad de discípula). Se trata pues de un caso más de Jesús impugnando injusticias de su sociedad. Opta por los derechos de la postergada mujer.

+ Maria Magdalena

En la historia pascual de Jesús, sobresale el modo como mujeres dan testimonio del Resucitado (Lc 24:1-11). Todos/as están asustados (“tristes y llorosos”, Mc 16:10). Han matado a su amigo y Señor. Pero las mujeres no quedan paralizadas. Ellas van a visitarlo en el sepulcro. Un mensajero de Dios les anuncia la Resurrección, y a continuación ellas corren llenas de alegría, a dar la buena noticia a los apóstoles. Los varones y otras mujeres no les creen. Las mujeres son las primeras evangelizadoras, y alimentan la alegría.
Recalco el encuentro de Jesús con las mujeres, María Magdalena y María la de Santiago (según Mt 28:1, Mc 16:1), también Salomé (Mc 16:1, y Juana y las demás (Lc 24:10). Ellas le reconocen (otros dudan o no creen), a ellas Jesús se les manifiesta, y, ellas son comisionadas para avisar a los otros discípulos. Son pues tres aspectos: la visión de fe, la revelación dada a ellas, la primera misión evangelizadora post-pascual. Todo esto es vivido y hecho por mujeres discípulas. Su sensibilidad y carisma le permite vivir más hondamente la fe en el Resucitado.

Diego Irarrazaval.

Taller: Cristología en la Teología Latinoamericana
30 de Agosto, 2008 Santiago – Chile

(Continúa)